domingo, 13 de enero de 2013

""""RELIGION Y FILOSOFIA BY;HILARIO LARRY TORRES,""

La filosofía y la religión

La religión le presenta autoritativamente al hombre la solución de los problemas humanos que también le conciernen a la filosofía. Tales son las cuestiones de la naturaleza y atributos de Dios, de sus relaciones con el mundo visible, del origen y destino del hombre. Ahora la religión, que precede a la filosofía en la vida social, naturalmente obliga a tomar en consideración los puntos de la doctrina religiosa. De ahí la estrecha relación de la filosofía con la religión en las primeras etapas de la civilización, un hecho sorprendentemente evidente en la filosofía india, que, no sólo en sus comienzos, sino en todo su desarrollo, estaba íntimamente ligada a la doctrina de los libros sagrados (vea arriba). Los griegos, al menos durante los períodos más importantes de su historia, estaban mucho menos sujetos a las influencias de las religiones paganas; de hecho, combinaban con escrupulosidad extrema en lo que concernía al uso ceremonial una amplia libertad respecto al dogma. El pensamiento griego pronto tomó su vuelo independiente; Sócrates se burlaba de los dioses en los que creía la gente común; Platón no destierra las ideas religiosas de su filosofía, pero Aristóteles las mantiene totalmente aparte, su Dios es el Actus purus, con un significado exclusivamente filosófico, el principal motor del mecanismo universal.

Los estoicos señalan que todas las cosas obedecen a una fatalidad irresistible y que el hombre sabio no teme a los dioses. Y si Epicuro enseña el determinismo cósmico y niega toda finalidad, es sólo para concluir que el hombre puede dejar de lado todo miedo a la intervención divina en los asuntos mundanos. La cuestión toma un nuevo aspecto cuando las influencias de las religiones orientales y judías comienzan a incidir sobre la filosofía griega mediante el neopitagorismo, la teología judía (finales del siglo I), y, sobre todo, el neoplatonismo (siglo III a.C.). Un anhelo por la religión se movía en el mundo, y la filosofía se enamoró de toda doctrina religiosa. Plotino (siglo III d.C.), que seguirá siendo siempre el tipo más perfecto de la mentalidad neoplatónica, dice que la filosofía es idéntica a la religión, y le asigna como su mayor objetivo la unión del alma con Dios por medios místicos. Esta necesidad mística de los temas sobrenaturales resultó en las más extravagantes elucubraciones de los sucesores de Plotino, por ejemplo, Jámblico (m. hacia el año 330), que, basándose en el neoplatonismo, erigió un panteón internacional para todas las divinidades cuyos nombres se conocían.

Se ha señalado a menudo que el cristianismo, con sus dogmas monoteístas y su serena y purificadora moral, llegó en la plenitud de los tiempos y apaciguó la inquietud interior que afligía a las almas al final del mundo romano. Aunque Cristo no se hizo el jefe de una escuela filosófica, la religión que fundó provee soluciones para un grupo de problemas que la filosofía resuelve por otros medios (por ejemplo, la inmortalidad del alma). Los primeros filósofos cristianos, los Padres de la Iglesia, estaban imbuidos de las ideas griegas y tomaron del neoplatonismo circundante la mezcla de la filosofía y la religión. Para ellos la filosofía es incidental y secundaria, usada sólo para satisfacer las necesidades de polémica y para apoyar el dogma; su filosofía es religiosa. En esto Clemente de Alejandría y Orígenes concurren con San Agustín y con Dionisio el Pseudo-Areopagita.

La alta Edad Media continuó las mismas tradiciones, y se puede decir que los primeros filósofos recibieron las influencias neoplatónicas a través del canal de los Padres. Juan Escoto Eriúgena (siglo IX), la mente más notable de este primer período, escribe que "la verdadera religión es verdadera filosofía y, a la inversa, la verdadera filosofía es verdadera religión” (De div. Praed., I, I). Pero a medida que avanza la era surge un proceso de disociación, el cual termina en la separación total entre las dos ciencias de la teología escolástica o el estudio del dogma, basado fundamentalmente en la Sagrada Escritura y la filosofía escolástica, basada en la investigación puramente racional. Para entender las etapas sucesivas de esta diferenciación, que no se completó hasta mediados del siglo XIII, debemos llamar la atención sobre ciertos hechos históricos de importancia capital.

(1) El origen de varios problemas filosóficos, en la alta Edad Media, debe ser buscado dentro del dominio de la teología dogmática, en el sentido que las discusiones filosóficas surgieron en referencia a las cuestiones teológicas. La discusión, por ejemplo, de la transubstanciación (Berengario de Tours), hizo surgir el problema de la substancia y del cambio, o devenir.

(2) Al considerarse la teología como una ciencia superior y sagrada, toda la organización pedagógica y didáctica de la época llevó a la confirmación de dicha superioridad (vea la sección XI).

(3) El entusiasmo por la dialéctica, que alcanzó su máximo en el siglo XI, puso de moda ciertos métodos de razonamiento puramente verbales limítrofes de la sofística. Anselmo de Besata (Anselmo Peripatético) es el tipo de esta clase de razonador. Ahora los dialécticos, en la discusión de temas teológicos, reclamaban validez absoluta para sus métodos, y terminaron en herejías tales como la predestinación de Gottschalk, la transubstanciación de Berengario y el triteísmo de Roscelin. El lema de Berengario fue: Per omnia ad dialecticam confugere. Siguió una reacción excesiva por parte de los teólogos timoratos, hombres prácticos antes que todo, que acusaron a la dialéctica por los pecados de los dialécticos. Este movimiento antagónico coincidió con un intento de reformar la vida religiosa. A la cabeza del grupo estaba San Pedro Damián (1007-1072), el adversario de las artes liberales; fue el autor de la frase de que la filosofía es sierva de la teología. De este dicho se ha concluido que la Edad Media en general puso a la filosofía bajo tutela, mientras que la máxima estaba en boga sólo entre un reducido círculo de teólogos reaccionarios. Lado a lado con Pedro Damián en Italia estaban Manegold de Lautenbach y Othloh de San Emeram, en Alemania.

(4) Al mismo tiempo se comenzó a discernir una nueva tendencia en el siglo XI, en Lanfranco, William de Hirschau, Rodulfo Arden y en particular San Anselmo de Canterbury; el teólogo pide la ayuda de la filosofía para demostrar ciertos dogmas o para demostrar su parte racional. San Anselmo, en un espíritu agustiniano, intentó esta justificación del dogma, aunque quizá aplicando invariablemente al valor demostrativo de sus argumentos las limitaciones necesarias. En el siglo XIII estos esfuerzos resultaron en un nuevo método teológico, la dialéctica.

(5) Mientras continuaron estas controversias en cuanto a las relaciones de la filosofía y la teología, muchas cuestiones filosóficas, sin embargo, fueron tratadas por su propia cuenta, como hemos visto anteriormente (universales, la teodicea de San Anselmo, la filosofía de Pedro Abelardo, etc.)

(6) El método dialéctico, desarrollado completamente en el siglo XII, justo cuando la teología escolástica recibía un poderoso ímpetu, es un método teológico, no filosófico. El principal método en teología es la interpretación de la Escritura y de la autoridad; el método dialéctico es secundario y consiste en establecer primero un dogma y luego demostrar su racionabilidad, confirmando el argumento a partir de la autoridad por el argumento a través de la razón. Es un proceso de apologética. Desde el siglo XII en adelante, estos dos métodos teológicos se distinguen bastante por las palabras auctoritates, rationes. La teología escolástica, condensada en las “summae” y “libros de sentencias” fue de ahí en adelante considerada como distinta a la filosofía. La actitud de los teólogos hacia la filosofía es triple: un grupo, el menos influyente, todavía se opone a su introducción en la teología, y prosigue con las tradiciones reaccionarias del período precedente (por ejemplo, Gauthier de Saint-Víctor); otro acepta la filosofía, pero toma una actitud utilitaria de ella, considerándola meramente como un pilar del dogma (Pedro Lombardo); un tercer grupo, el más influyente, puesto que incluye las tres escuelas teológicas de San Víctor, Pedro Abelardo y Gilberto de la Porrée, le concede a la filosofía, en adición a su rol apologético, un valor independiente que le da derecho a ser cultivada y estudiada por sí misma. Los miembros de este grupo son a la vez teólogos y filósofos.

(7) A comienzos del siglo XIII una parte de los teólogos agustinos continuaron enfatizando el oficio utilitario y apologético de la filosofía. Pero Santo Tomás creó nuevas tradiciones escolásticas, y escribió un capítulo sobre metodología científica en la cual establece completamente la distinción y la independencia de las dos ciencias. Juan Duns Escoto, de nuevo, y los terministas exageraron esta independencia. El averroísmo latino, que tuvo una brillante pero efímera boga en los siglos XIII y XIV, aceptó todo y entero en la filosofía el peripatetismo averroísta, y, para salvaguardar la ortodoxia católica, se refugiaron detrás del sofisma de que lo que es verdad en la filosofía puede ser falso en teología y, viceversa ---en lo cual eran más reservados que Averroes y los filósofos árabes, que consideraban la religión como algo inferior, lo suficientemente bueno para las masas, y que no se molestaban por la ortodoxia musulmana. Lully, yéndose a los extremos, sostuvo que todo dogma es susceptible de demostración, y que la filosofía y la teología se unen. Tomada en su conjunto, la Edad Media, profundamente religiosa, buscó constantemente reconciliar su filosofía con la fe católica. La filosofía del Renacimiento rompió este vínculo. En el período de la Reforma un grupo de publicistas, habida cuenta de las luchas actuales, formaron proyectos de reconciliación entre los numerosos organismos religiosos. Ellos estaban convencidos de que todas las religiones tienen un fondo común de verdades esenciales en relación con Dios, y que su contenido es idéntico, a pesar de los dogmas divergentes. Además, el teísmo, siendo sólo una forma de naturalismo aplicado a la religión, se adaptó a las formas independientes del Renacimiento. Al igual que en la construcción de la ley natural, se tomó en cuenta la naturaleza humana, por lo que la razón fue interrogada para descubrir las ideas religiosas. Y de ahí la amplia aceptación del teísmo, no sólo entre los protestantes sino generalmente entre las mentes que habían sido arrastradas por el movimiento renacentista (Desiderio Erasmo, Coornheert).

La filosofía moderna en más de una instancia ha sustituido esta tolerancia o indiferentismo religioso por un desprecio de las religiones positivas. El teísmo inglés o deísmo de los siglos XVII y XVIII critica toda religión positiva y, en nombre de un sentido religioso innato, construye una religión natural que se puede reducir a una colección de tesis sobre la existencia de Dios y la inmortalidad del alma. El iniciador de este movimiento fue Herbert de Cherbury (1581-1648; J. Toland (1670-1722), Tindal (1656-1733), y Lord Bolingbroke tomó parte en él. Este movimiento critico, inaugurado en Inglaterra fue adoptado en Francia, donde se combinó con un rotundo odio al catolicismo. Pierre Bayle (1646-1706) propuso la tesis de que toda religión es anti-racional y absurda, y que es posible un estado compuesto por ateos. Voltaire quiso sustituir el catolicismo por una masa incoherente de doctrinas acerca de Dios. La filosofía religiosa del siglo XVIII en Francia llevó al ateísmo y pavimentó el camino para la Revolución. Haciendo justicia a la filosofía contemporánea se le debe acreditar con la enseñanza de la más amplia tolerancia hacia las diversas religiones; y en su programa de investigación ha incluido la psicología de las religiones, o el estudio del sentimiento religioso.

A favor de la filosofía católica, las relaciones entre la filosofía y la teología, entre la razón y la fe, fueron fijadas en un capítulo de metodología científica por los grandes pensadores escolásticos del siglo XIII. Sus principios, que todavía retienen su validez, son como sigue:

(a) Diferencia entre las dos ciencias: La independencia de la filosofía respecto a la teología, como respecto a cualquiera otra ciencia, es sólo una interpretación de este innegable principio del progreso científico, tan aplicable en el siglo XXI como lo fue en el siglo XIII, que una ciencia correctamente constituida deriva su objetivo formal, sus principios y su método constructivo de sus propios recursos, y que, siendo esto así, no puede tomar prestado de ninguna otra ciencia sin comprometer su propio derecho a existir.

(b) Material negativo, no positivo, no formal, subordinación de la filosofía respecto a la teología: Esto significa que, mientras las dos ciencias mantienen su independencia formal (la independencia de los principios por los que se guían sus investigaciones), hay ciertos asuntos donde la filosofía no puede contradecir las soluciones presentadas por la teología. Los escolásticos de la Edad Media justificaban esta subordinación, pues estaban profundamente convencidos de que el dogma católico contiene la infalible palabra de Dios, la expresión de la verdad. Una vez que una proposición, por ejemplo, que dos más dos son cuatro, ha sido aceptada como cierta, la lógica prohíbe a cualquier otra ciencia que forme ninguna conclusión subversiva de esa proposición. La subordinación mutua material de las ciencias es una de esas leyes de las cuales la lógica hace la indispensable garantía de la unidad de conocimiento. “La verdad debidamente demostrada por una ciencia sirve como una atalaya para otra ciencia.” "La certeza de una teoría de la química impone su aceptación en la física, y el físico que vaya en contra de ella estaría fuera de su curso. Del mismo modo, el filósofo no puede contradecir los datos certeros de la teología, más de lo que puede contradecir las conclusiones ciertas de las ciencias particulares. Negar esto sería negar la conformidad de la verdad con la verdad, impugnar el principio de contradicción, rendirse a un relativismo que es destructivo de toda certeza. "Suponiendo que en esta ciencia (la sagrada teología) no se incluye nada más que lo que es cierto... suponiendo que cualquier cosa que sea verdadera por la decisión y la autoridad de esta ciencia de ninguna manera puede ser falsa por la decisión de la recta razón: estas cosas, digo, suponiendo, ya que se manifiesta desde ellas que la autoridad de esta ciencia y la razón descansan por igual en la verdad, y una verdad no puede ser contraria a otra, hay que decir absolutamente que la razón no puede de ninguna manera ser contraria a la autoridad de esta Escritura, más aún, toda recta razón está de acuerdo con ella." (Enrique de Ghent, “Summa Theologica”, X, III, n. 4).

Pero ¿cuándo es cierta una teoría? Esta es una cuestión de hecho y el error es fácil. A medida que el principio es simple y absoluto, así de complejas y variables son sus aplicaciones. No corresponde a la filosofía establecer la certeza de los datos teológicos, no más que para fijar las conclusiones de la química o la fisiología. La certeza de esos datos y esas conclusiones debe proceder de otra fuente. "Se tiene la idea preconcebida de que un sabio católico es un soldado al servicio de su fe religiosa, y que, en sus manos, la ciencia es sólo un arma para defender su credo. A los ojos de un gran número de personas, el sabio católico parece estar siempre bajo la amenaza de excomunión, o enredado en los dogmas que lo obstaculizan, y obligado, en aras de la lealtad a su fe, de renunciar al amor desinteresado por la ciencia y su cultivo libre "(Mercier, "Rapport sur les études supér. De philos.", 1891, p. 9). Nada p

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