sábado, 15 de marzo de 2014

La Obediencia

La Obediencia

Catolico conoce tu iglesia " By Hilario larry Torres"

La obediencia es una virtud moral “que hace pronta la voluntad para ejecutar los preceptos del superior” (1) Dicho en otras palabras: obedecer es cumplir en primera instancia la voluntad del superior, pero en la concepción cristiana la autoridad viene de Dios. Quien manda es responsable ante Dios de lo mandado. Representa la voluntad de Dios que tiene derechos de autor por ser Quien nos hizo y por quién existimos. De ahí que al analizar la virtud de la obediencia lo primero que debemos hacer sea restaurar el principio de autoridad. La autoridad es el poder que tiene una persona sobre la otra que le está subordinada, como el padre sobre los hijos, el maestro sobre los alumnos, el director del colegio sobre los profesores, el policía que es responsable de mantener el orden sobre los ciudadanos, el general sobre sus soldados, el superior de una comunidad religiosa sobre sus hermanos, el obispo sobre el clero de su diócesis, etc. Hay una razón de orden natural y otra de orden sobrenatural que exigen que uno mande y otro obedezca. Es de sentido común, por un principio de orden. La milenaria experiencia de la historia humana nos demuestra que siempre existió algún tipo de autoridad en la sociedad. Es un principio de orden natural. La voluntad de Dios se encarna en todo el orden social que El ha dispuesto al crear y se manifiesta en el orden natural. En otras palabras, la naturaleza social del hombre exige necesariamente que en la sociedad haya autoridad para decidir las normas de convivencia que faciliten la libertad de todos y cada uno y garanticen dicho cumplimiento. Y para que la libertad sea posible. Es evidente que todos los ciudadanos tienen derecho a cruzar la calle libremente o de circular en auto, pero alguien tiene que regular ese derecho para que se haga ordenadamente y todos puedan ejercerlo. La razón sobrenatural es porque Dios quiso que, para nuestro bien y para dominar nuestras ansias de autonomía y rebeldía heredadas de Adán y Eva, nos acostumbráramos a tener siempre una voluntad ajena por encima de la nuestra, obligándonos a obedecer desde pequeños. Esto nos ejercitaría a mortificar nuestra voluntad propia para poder obedecerle más tarde, y de por vida, a Él. Para tratar de ser como Dios me pensó como una obra terminada y en plenitud, Dios dispuso que nos hiciera falta mortificar nuestra voluntad propia y obedecer desde pequeños. La rebeldía tiene antecedentes. Se remonta al Paraíso. En nada somos originales. Ya hubo otros, anteriores a nosotros que se llamaron Adán y Eva que la encarnaron. Esta cadena de autoridad que exige obediencia en todos los ámbitos debe necesariamente llegar hasta Dios, fuente de toda autoridad, quien juzgará las acciones de los hombres sobre otros hombres con infinita justicia. Dios ha dispuesto las cosas de manera tal que toda autoridad humana deberá responder ante Él, el día del Juicio, de su ejercicio. Si se rompe esta cadena de autoridad y responsabilidad de responder ante Dios sobre nuestras acciones, la obediencia pierde sentido. En realidad es a Dios a quien obedecemos en nuestros superiores, ya que todo poder viene de Él. Dios es la fuente y el origen de toda autoridad. Jesús se lo dijo a Pilatos: “No tendrías sobre Mí ningún poder, si no te hubiera sido dado desde lo alto; por eso quien me entregó a ti, tiene mayor pecado” (S. Juan XIX, 11) De ahí que, en la cadena de mando, los sumos sacerdotes tuvieran mayor pecado ante Dios que Pilatos. Desde ahí que el ejercer el poder y la autoridad negando este concepto y el fundar la autoridad sólo en mandar arbitrariamente deriva en autoritarismo, que es pretender la sumisión total y absoluta de los otros sin responder nosotros ante Dios. Erróneamente se asocia el mando como algo “apetecible”, que todos ambicionamos, el hecho de poder mandar sobre otros cuando, al contrario, ejercer esta responsabilidad en todos los ámbitos es una pesada carga de la cual habremos de rendir cuentas el día del Juicio. De ahí que el ejercicio del mando tenga que asociarse con una “Carga” a cumplir en esta vida y a responder de su ejercicio en la otra, en la vida eterna. Ya dijimos que lo que existen en primer lugar son obligaciones, responsabilidades y deberes (el tener que hacer lo que debo y no lo que quiero). Es para cumplir con mis obligaciones que surgen mis derechos. Mis derechos son como el espacio necesario para que yo pueda cumplir con mis deberes que están en primer lugar. Dios le da en principio a la familia, la célula básica de la sociedad, una misión, un deber, una meta a alcanzar: traer hijos a la vida y conducirlos lo más cerca posible a lo que El espera de ellos en esta vida para alcanzar su salvación eterna. Primero existen por lo tanto para los padres los deberes, las obligaciones, las responsabilidades de la misión que les ha sido encargada. Pero para cumplir con esta misión Dios les da a los padres la autoridad de mando sobre sus hijos. Todo aprendizaje sujeta al que no sabe respecto del que sabe. En todos los órdenes. Si los hijos no son enseñados no podrán conocer a Dios ni Sus leyes. De ahí la obligación de los padres de educar y la de los hijos de aprender obedeciendo como Nuestro Señor, Quien, aún siendo Dios, obedecía a sus padres y les “estaba sujeto” Después constataremos que en todos los ámbitos no se aprende si primero no se aprende a obedecer. Puede ocurrir que los padres tengan que establecer límites en un determinado momento y no por ello será autoritario, sino que estarán haciendo lo que deben. Quienes comparten el mando, en este caso, los padres, a su vez, no deben desautorizarse entre sí enfrente a los hijos que están llamados a obedecer. En primer lugar, por respeto a la misión encomendada y compartida, y en segundo lugar por el respeto que se deben entre sí. Además porque el medio adecuado para educar a un hijo implica “mostrar un frente cerrado”, un acuerdo profundo entre los padres, y no contradicciones y fisuras, que debilitan la orden dada por cualquiera de los dos. En el caso del 4to mandamiento que manda “Honrar padre y madre”, no condiciona a que éstos sean buenos o los mejores. Aunque sean muy imperfectos, se falta al cuarto mandamiento si no lo hacemos. Si los padres no cumplen con sus hijos, si los abandonan, si no los cuidan, si se emborrachan o tienen vicios, esos serán pecados de ellos de los cuales tendrán que responder ante Dios el día del Juicio. En ese caso se degradan a sí mismos y pierden autoridad ante sus hijos, pero no nos liberan a nosotros los hijos de obedecerles y de cumplir con lo mandado en el 4to mandamiento. Para estos casos difíciles y dolorosos hay que acudir al consejo de los buenos sacerdotes y de las personas sabias y experimentadas quienes nos orientarán en cómo manejar las distintas situaciones. La obediencia obliga a los hijos para con sus padres, a las mujeres para con sus maridos, a los alumnos para con sus maestros y profesores, a los empleados para con sus jefes, a los soldados para con sus superiores, a los ciudadanos para con sus gobernantes, a los sacerdotes para con los obispos, y a los obispos para con el Papa. Y al Papa para con Dios (a Quien representa) porque ni aún el Papa puede hacer lo que tiene ganas. Mejor dicho, el Papa menos que nadie, ya que representa a Dios sobre la tierra y tiene una misión sobrenatural bien pesada de cumplir. Lo ideal es llegar a obedecer por amor. Obedecer a los padres y superiores porque los amamos, les queremos hacer el gusto y confiamos en que saben más que nosotros. Esa sería la razón por la cual un niño cruza una enorme avenida tranquilamente y sin mirar porque va fuertemente agarrado de la mano de su padre, o comerá lo que su madre le sirva sin temer que le haga mal. Porque confía que, quienes están a su cuidado y lo aman saben protegerlo. Cuando una madre le dice a su hijo que deje el cuchillo no está “atentando contra su libertad” sino que lo está defendiendo del peligro que él (como niño) no ve, pero ella (que sabe más) conoce. Así constatamos que, el que no sabe está sujeto al que sabe, al menos hasta que aprenda. También puede pasar que el que ocupa el lugar de mando lo ejerza de manera inadecuada, errónea y/ o abusiva, ya sea en el hogar, en el trabajo, en un colegio, organismo del Estado o institución. Por ejemplo en un hogar en donde ambos padres trabajan afuera debiera compartirse el trabajo de adentro. Si el varón no hace más que dar órdenes y pretender solamente que obedezcan sus órdenes y sólo ser servido desde que llega, no estará ejerciendo la autoridad de una manera noble sino que estará abusando de ella. Si en la oficina el jefe es autoritario, injusto, llega siempre tarde y no hace prácticamente nada porque se escuda en su cargo, tampoco estará ejerciendo su autoridad debidamente, porque el ejercicio de la autoridad debería ser ejemplar. El que no da ejemplo se desautoriza solo. Pero a un nivel de vida cotidiana, este cumplimiento de las órdenes dadas por quien tiene legítima autoridad para darlas, genera paz individual, familiar y social porque es descanso saber que uno está cumpliendo, en el fondo con la voluntad de Dios. Es un descanso saber que la responsabilidad es “del otro”. Es un principio del orden, el superior mandando y el súbdito obedeciendo. El resultado es paz y libertad, porque nada esclaviza tanto a la persona como el apego a la propia voluntad. Modelo de obediencia fue, entre otros, una Santa Teresita, quien, cuando sentía la campana, dejaba la palabra aún a medio escribir y acudía a donde debía. La obediencia será correcta siempre y cuando estas órdenes no traspasen el campo que les corresponde en donde será legítimo ante Dios desobedecer. La obediencia ciega no es católica, uno no está exento de responsabilidad si obedece a los hombres antes que a Dios. A los padres que obligan a sus hijos a estudiar una carrera que va en contra de su natural vocación, que les impiden seguir su vocación religiosa. A los directores de un hospital que coaccionan a los médicos y enfermeras a practicar un aborto o una eutanasia es lícito desobedecerles porque hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. Sirva como uno de los ejemplos más gloriosos en nombre de la libertad y la soberanía de la recta conciencia contra las leyes civiles injustas el de Santo Tomás Moro, Canciller de Inglaterra. Fue decapitado en 1535 por Enrique VIII al no querer firmar el Acta de Supremacía que reconocía al rey como cabeza de la Iglesia, lo que ponía en juego su alma. Sus últimas palabras fueron: “Muero como buen súbdito del rey, pero antes, de Dios”. La familia es, a su vez, una institución natural con un orden jerárquico funcional que exige una cabeza. La función exige una cabeza. Porque el matrimonio hace de la unión entre el varón y la mujer una nueva realidad, “una sola carne”. Y en el orden natural todo cuerpo lleva una cabeza y no dos. Por eso decimos que es “funcional”, para funcionar como uno solo. Lo vemos en la Sagrada Familia. San José no era ni el más importante ni el más santo, pero su jerarquía de cabeza de familia fue siempre respetada y el ángel se dirige a él, y no a la Santísima Virgen para decirle que debía huir a Egipto. La obediencia de la Santísima Virgen a San José, a su vez, restablece la nobleza de la condición de la mujer. La revolución anticristiana, en esta fase final, para destruir a la familia ha puesto su objetivo subversivo en la mujer, quien estaba, desde el Génesis, subordinada al varón, creada por Dios como su “ayuda y compañera, guardiana de la vida física y espiritual. Al varón, a su vez, Dios le había mandado custodiarla, cuidarla, protegerla y sostenerla, para que ésta, a su vez, defendiera la vida. El cristianismo liberó a la mujer de la esclavitud a la que estaba sometida desde el principio de los tiempos. Desde el fondo de la historia la condición de la mujer era la esclavitud. Se la trataba como una cosa. Tenía muy poco espacio. Estaba para el placer del hombre y limitada al ámbito del hogar como sucede hoy en día en gran parte del mundo o en todo el mundo islámico en donde el cristianismo no ha llegado y no ha modificado las costumbres. En el mundo griego y romano, si bien se les daban consideraciones de respeto en el orden social, no se le confiaba la educación de los hijos. Para el cristianismo, la mujer es capaz de ser la madre de Dios, es el signo de la fidelidad al Verbo Encarnado, al seguimiento de Cristo Hombre a Quien no dejaron nunca solo ni en la Pasión. Es a las mujeres a quienes el Señor Resucitado las distingue con las primeras apariciones antes que a sus Apóstoles. Y en la cristiandad no sólo va ser venerada la Virgen Santísima sino que la mujer será honrada con honores por el sólo hecho de serlo. Ella es reconocida como la mediadora natural, la que tiene la misión de hacer la Verdad dulce tierna y accesible, entendible. La que hace las costumbres, la que civiliza. La presencia de la mujer femenina en la sociedad siempre fue un límite para la rusticidad del varón, que no está mal que sea rústico “entre varones”. Existen cantidad de documentos que prueban la vastedad de la cultura de la mujer durante los siglos V al XII. Es inmensa la cantidad de cartas y documentos manuscritos por la mujer culta. La mujer aldeana era propietaria de sus bienes, capaz ante la ley para administrarlos. Es en los siglos XVIII y XIX del liberalismo y romanticismo donde se excluye a la mujer de la vida pública y se limita su espacio sólo al hogar y a la casa. El mundo liberal y burgués no quiere la presencia del “corazón de la sociedad”, que es la mujer, mediadora natural y defensora de todo lo que es pequeño y reclama atención. Su presencia es un reproche en conciencia ante sus abusos. La mujer es la portadora de la vida, es la que es capaz de engendrar las generaciones futuras. Por la educación engarza una generación con otra porque enseña a venerar “las canas” de los abuelos. Ella es la que une, la que liga, es la portadora del símbolo religioso, “re-ligio” (reunir la creatura con el Creador a través de la educación) la que transmite la religión en la familia porque no sólo concibe un hijo sino que está llamada a transmitirle el sentido profundo de su vida, su razón de ser. Y para eso tiene que tener las respuestas. Es la que trasmite el sentido del amor a la tierra. La mujer es la que “arraiga” al varón, el que la hace “echar raíces” para establecer el “hogar” donde criar a los hijos que ella le da, si no naturalmente el varón tiende a dar vueltas de un lugar a otro. Aquellas a las que Dios no les da hijos biológicos están igualmente llamadas a proyectar su “se madres” en la educación y maternidad espiritual (maestras, profesoras, enfermeras y todo el voluntariado de organizaciones que se cuentan por miles de mujeres que se dedican a auxiliar los grupos sociales necesitados y marginados). Porque ella tiene un natural sentido de justicia y no le es indiferente la necesidad del otro. El diablo, que odia la vida, sabia donde apuntaba, y ha logrado que el común de las mujeres no quiera tener hijos ni sientan que tener un hijo o desarrollar su maternidad espiritual sea lo más grande que puedan hacer en la vida. Porque ser una brillante médica, abogada, o científica no nos realiza como mujer, o no le agrega nada a nuestro “ser mujer”. Nuestro mundo es seco y violento por la ausencia de la maternidad espiritual, por la ausencia de la mujer en el orden social ocupándose del otro. Hoy la mujer (que no es femenina) está “en todos lados” pero ocupada de sí misma, realizándose “a lo varón”, porque es lo que la revolución nos impuso. Hoy, al inicio del siglo XXI, en lugar de restaurar las heridas cometidas por errores pasados, la revolución impuso venderle a la mujer la idea de que (por los abusos reales del poder masculino) debí rebelarse contra el varón, dando un portazo al hogar. Ser autónoma, independiente, autosuficiente, manejando libremente su propio cuerpo a través de la liberación sexual e incluso tener el manejo de la reproducción. Venderle que la maternidad era lo peor que le podía pasar. Como siglos atrás en el Paraíso, Satán le susurró al oído que hasta podría elegir si quisiese un varón para engendrar un hijo. Si no, lo haría comprando el semen y llevándolo a una fría y esterilizada probeta de laboratorio. Cabe preguntarse: ¿Por qué la revolución le vende todo esto a la mujer y la mujer se lo “compra”? Porque la revolución primero logró que todo lo que es propio de la naturaleza femenina: la virginidad (como símbolo de la pureza), la maternidad (como la que es capaz de engendrar la vida y alimentarla luego), la esposa (como símbolo de la entrega incondicional y de la fidelidad), la educación de los hijos ( y por ende la de los usos y las costumbres de la sociedad es decir la maternidad espiritual), la presencia en el hogar (que era el mejor lugar para refugiarse después de la jornada), todo esto se ha socialmente desprestigiado, des jerarquizado y despreciado… Por todo lo cual es lógica y entendible la reacción en contra de la mujer en una sociedad en donde no tiene lugar su femineidad. Por lo contrario la revolución después le impone la inserción en la sociedad al exclusivo “modo masculino” (ejecutivo, empresario, profesional siempre exitoso). Le presenta la fama, el poder como un logro. Puede y está demostrado que puede hacerlo, y muy bien, pero no por eso se “realiza” como mujer. Nadie duda que la mujer tenga la capacidad más que suficiente para ser una excelente arquitecta, médica, o para desarrollar una brillante carrera científica. Sólo que el trágico final de tanta autonomía e independencia de la mujer es una pendiente que termina yendo en contra del orden natural. Y como dijo Jean Marie Vaissière “desde que las mujeres hacen lo que los hombres hacían... ya nadie hace lo que sólo ellas sabían hacer, y se ve la educación de los hombres corromper”… La autonomía femenina que parece a veces ser tan inofensiva, puede comenzar con el desorden de salir a bailar entre “mis” amigas por la noche, seguir por decidir ir a estudiar inglés a Londres y a mi novio ni le consulto porque es “mi” vida, son “mis” planes y “mis” proyectos y… y con el paso de los años la secuencia puede terminar en … “me hice un aborto sin consultarle a mi marido porque es “mi” cuerpo, “yo” decido y este tercer hijo “yo” no lo quería”… Y este derrumbe en contra de lo mandado por Dios es lo que puede llevar a un hombre a quebrarse ante un sacerdote y decirle: “Padre, mi mujer acaba de matar a nuestro tercer hijo sin consultarme porque decidió que era “su” cuerpo y podía decidir por él. Mi mujer mató a mi tercer hijo tercer hijo manteniéndome al margen de su decisión... Es tal el rechazo que me genera que ya no puedo ni ponerle una mano encima”... La ideología del “feminismo de género” (que propone negar el sexo que nos es impuesto por la naturaleza) se presenta como una “defensa de la mujer”, pero lo que busca en realidad es la transformación de toda la sociedad edificada sobre el orden natural y los 10 Mandamientos. Para eso hay que desquiciar a la mujer a quien Dios le ordenó la custodia de la vida física y espiritual. Al varón a su vez le fue mandado por Dios amar “virilmente” y “varonilmente” a la mujer, cuidarla, protegerla y sostenerla con “fuerza”, con fortaleza, con señorío, como Cristo amó a su Iglesia (que se dejó matar por ella), para contrarrestar su natural egoísmo. Le fue mandado por Dios amarla como a sí mismo, porque le resulta naturalmente difícil al varón amar a otro más que a sí mismo. Por eso la fórmula del matrimonio le pide al varón que ame (que es lo que más le cuesta) y a la mujer que obedezca (que es lo que más le cuesta) porque amar... la mujer sabe… Está hecha para amar. Es natural en ella. Lo que hoy vivimos es todo antinatural. Porque al mismo varón muchas veces tampoco le queda espacio, si quiere, para desplegar su masculinidad. ¿ A quién va salir a “conquistar” y a “proteger”?. .Si en general la mujer va “al frente” y no le deja ni tener la gentileza de abrirle una puerta sin burlarse, ni pagarle un café para mantener su autonomía e independencia. En ambos casos es el fruto de años de revolución en contra de la naturaleza humana. Este desorden este enfrentamiento dialéctico, ya es un logro de la revolución. No queda otra que tratar de entenderlo y enfrentarlo. Algunas cosas tendremos que postergar por el ritmo de vida que se nos ha impuesto, pero sepamos el valor de lo que postergamos. En cuanto a la autoridad ejercida por el poder político en la sociedad la Iglesia enseña que lo que hace legítima esta autoridad a los ojos de Dios es el objetivo de generar el Bien Común (que es el mayor bien de todos y no de algunos) como por ej: la justicia, generando un orden público justo según Dios lo ha establecido a través de Sus leyes. Dicho en otras palabras, para Dios, la única “razón de ser” del poder político es la de generar el Bien Común según las leyes que El ha establecido. Por eso la Iglesia siempre enseñó que las leyes, para ser legítimas a los ojos de Dios, no deben contradecir a las divinas, y deben permitir el progreso moral de todas las personas, generando las condiciones necesarias para la salvación de las almas. No se trata de hacer lo que más nos conviene o más nos gusta para ganar las elecciones o un puesto determinado de gobierno, sino de obedecer a Dios quien sentenció “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. (Mat.XXII, 21). Y esta es la doctrina de la Iglesia sobre los poderes, en donde el poder espiritual (el poder de Dios) debe ser superior al temporal (el de los hombres). En el caso actual de los programas de educación sexual integral obligatorios en los colegios sabemos por experiencia de lo que ha sucedido y sucede en el resto del mundo y por el temario, que lo que se enseñará irá en contra la ley divina. Ya no se educará a los jóvenes para la castidad y el dominio de sí hasta el matrimonio (como lo manda la ley de Dios) sino para tener relaciones sexuales hasta el hartazgo con toda la información de una batería de anticonceptivos para hacerlo. En el caso de que se produzcan embarazos, ahí estarán en un futuro cercano las leyes listas para asesinar dentro del vientre materno o la distribución gratuita de la píldora del “día después”. Los conocimientos que debieran adquirir (pero tampoco adquieren) los alumnos sobre las distintas materias escolares debieran ser en el futuro para el bien del país, pero las almas de los mismos alumnos pertenecen a Dios, Quien los compró con su Sangre. Sobre ellas los gobernantes enemigos de Dios no tienen ningún derecho. Es por eso que envenenándolas, corrompiéndolas e impidiéndoles conocer la libertad que otorga el vivir en la virtud se avasallan sus derechos divinos. Y es por eso que los padres tenemos el derecho natural y el deber de reaccionar, defenderlos y llegar hasta la desobediencia civil si fuese necesario. Tan importante es la obediencia y tanto orden genera en el interior de la persona que la revolución anticristiana, en su afán de subvertir todo (el orden individual, familiar, social y político) ha puesto sus cañones para destruir la virtud que permitió la Redención del género humano. La obediencia es el camino que eligió Cristo para redimirnos. Él infinitamente sabio, eligió obedecer. La desobediencia de Luzbel había comenzado la batalla inicial contra Dios. La desobediencia de Adán y Eva dio origen al pecado original y la obediencia de Nuestro Señor hasta la cruz, restableció el orden... A nosotros nos tocará colaborar en reponer este orden como Dios quiso que fuese, obedeciendo con convencimiento (porque sabremos que estamos cumpliendo con la voluntad de Dios) por amor a Él (mortificando nuestra voluntad propia con prontitud porque a Cristo no se lo tiene esperando) con alegría (adivinando los deseos de nuestros padres y superiores y adelantándonos a ellos) con humildad (como si se tratara de la cosa más natural del mundo y experimentando que es descansado) con virilidad (con un corazón grande y con la energía a veces hasta de un héroe y la fortaleza de un mártir) y con perseverancia (siempre, con salud o enfermedad, con ánimo o sin él).

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